Miradas

La mirada a través de un cuadro o  como “Alicia traspasa el espejo”

 

Hace algunos meses Las Blogueres de Sant Martí nos propusimos realizar un trabajo singular que rompía (un poquito) los esquemas con los que hasta la fecha nos regíamos, que no era otro que “el libre albedrío”. Dicha propuesta fue realizar un comentario (individual) a partir de un cuadro o fotografía que todas nosotras compartiríamos. Despues de consultar por bibliotecas e Internet diferentes enciclopedias i libros especialidades, decidimos trabajar con una serie de cuadros de Edward Hopper.  Y este es el resultado:

Perspectiva de una pintura de Hopper

Al mirar la pintura de Hopper, titulada “Autómata” del año 1927, la primera impresión es de un lugar frío, donde la luz tenue en el interior del café, invita a la reflecxión. El título ya es muy sugerente, nos marca algunas ideas. En la imagen se percibe la soledad y la tristeza.

La mujer sentada mirando la taza que tiene encima de la mesa, está pensativa sin darse cuenta de lo que hay a su alrededor; se diría que está ausente, da la sensación de estar pasando un mal momento, de aquellos en que una persona no sabe que hacer.

La indumentaria de la mujer, me indica que es invierno; el abrigo o chaquetón oscuro de solapas corte “Smoking” contrasta con el sombrero de color paja o anaranjado, donde muestra la época de los años veinte.

La pintura de Hopper, ubica un establecimiento sombrío, donde el mobiliario está falto de calidez. La mesa redonda con encimera de mármol blanco, sobresale en el marco del entorno. Poco visible, unas frutas rojas en un frutero encima de una repisa, adornan la estancia, dando un toque de color a la misma. A un lado de la mesa, un radiador bajo una puerta apenas visible para la mujer, que en su ánimo no para atención a nada de lo que hay a su alrededor.

El entorno invita a la reflecxión. Hopper, en esta pintura titulada “Autómata” nos indica mucho del personaje, Hopper muestra un estado emocional que juega con la imaginación del espectador: es una imagen que tiende a la discusión. Se podría decir que nadie puede saber con exactitud lo que nos quiere mostrar.

La perspectiva de lo que sucede en el interior de una pintura, nos habla de muchas cosas. Una pintura, no tiene palabras, pero no importa ya que la vista es el hilo conductor para descifrar lo que estamos viendo: en ella podemos intuir las alegrías, las penas,los colores, aspectos cotidianos y contemporáneos, o de la antiguedad etc.

En definitiva, Hopper en “Autómata” me ha sugerido esta conclusión. Esta pintura en concreto, contiene un aspecto social y un mensaje al que hago referencia en mi definición.

Neus Navarrio C.

Soledad en el tren nocturno

Soledad, vestida de negro, oculta la mirada bajo el ala oscura de su sombrero ignorando el crepúsculo anaranjado que se dibuja en el cielo. Fijos los ojos en la prosaica realidad de unos documentos que reducen la vida a la fecha de nacimiento y de la muerte, se niega a alzar la vista para contemplar, quizás por ultima vez, el viejo puente de piedra y los bosques de árboles centenarios que el ocaso del día ha transformado en imprecisas manchas grises, convertida ella misma en un singular “árbol vencido” por la pena y el abandono.

Consciente de la trágica perdida siente que ha muerto una parte de su ser y quiere huir dejando atrás el pasado, espejo quebrado en multitud de cristales, donde el recuerdo reproduce obstinado imágenes de una muchacha alegre con la que apenas consigue identificarse. Ahora es una mujer vestida de luto que inicia un viaje sin retorno hacia una vida nueva intentando olvidar una voz, unas manos, los proyectos compartidos … intentado superar el terrible vacío de la ausencia definitiva con el único consuelo de esa palabra que tantas veces ha escuchado: Resignación.

Cae la noche y el tren sigue avanzando en medio de la oscuridad, ajeno a la carga de dolor del vagón donde la figura de Soledad permanece sentada con hierática elegancia en su compartimento de segunda clase. La luz amarillenta de un quinqué insiste en iluminar el acta de defunción que sostiene entre las manos, el carmín rojo de sus labios no puede disimular un rictus de amargura, el ala oscura del sombrero no consigue ocultar la incredulidad y el dolor que transmite su oculta mirada.

La tenue iluminación del compartimento 1938 esboza una imagen en verde y negro desprovista de movimiento, en extraño contraste con la velocidad del ferrocarril que conduce a los viajeros a miles de kilómetros de su origen. Enfrentados todos a la incertidumbre del destino, sus sombrías miradas transmiten soledad no deseada que intentan ocultar bajo el “ala de un sombrero” sin conseguir disimular la forzada condición de seres solitarios.

Mª Jesús Mandianes

Solitud

De sobte la fotografia d’un quadre que el 1927 va realitzar el pintor nord-americà Edward Hopper amb el títol “Autòmata” i que representa a una dona dins un bar,  atrau fortament la meva atenció. Durant uns moments no puc evitar que la meva mirada quedi atrapada dins una escena d’aparença més aviat trivial però que aconsegueix  captar el meu interès

Intento trobar la causa que motiva aquesta fixació meva per aquest quadre però l’únic que aconsegueixo en un primer moment és perdre’m dins un cabdell de sensacions i sentiments  més aviat confosos. És només després de reflexionar amb calma quan puc arribar a la conclusió que és tota l’atmosfera que envolta aquesta escena la que desperta la meva curiositat.

Observant amb atenció comprovo que la situació és desenvolupa al caient de la nit perquè, en el mirall que es troba situat justament darrera la figura, es reflecteixen els llums de dins del local en contrast amb les fosques ombres que provenen del carrer. La figura en qüestió duu un barret amb l’ala inclinada als costats i una jaqueta verdosa amb el coll i els punys guarnits d’una flonja pell negra. Puc apreciar que algunes tonalitats de color ocre, com la del barret, destaquen sobre un fons en el que predominen el verd i el marró fosc i, damunt l’estreta lleixa que emmarca el mirall reposa, sense l’ànim de sobresortir gaire, un fruiter amb algunes fruites de color carmí. La figura es troba asseguda en una cadira i reposa els colzes damunt una taula rodona mentre amb la ma dreta subjecta una tassa de cafè. Al seu davant una cadira buida és l’espectadora i alhora receptora involuntària del que passa allí.

L’escena de tot plegat em resulta tan enigmàtica que aconsegueix despertar la meva curiositat més fantasiosa. Imagino que la dona està esperant l’home que estima i, pensant en ell, s’ha permès donar un suau toc de maquillatge al seu rostre, sovint massa pàl.lid al seu parer i, d’igual manera, s’ha vestit sense excessos però sí amb una certa elegància, encara que el lloc escollit no ho requereixi. Ha triat de seure al fons del local, en una taula situada en un racó relativament discret que li permet observar a la resta de la gent. L’espera es fa llarga i feixuga, ja passen tres quarts de l’hora que van acordar i l’home encara no arriba. Ell és vint anys més gran que ella, es casat i té quatre fills i ella sap del cert que ell mai abandonarà la seva família però tot i així no pot deixar d’estimar-lo. El seu amor es nodreix d’un munt de sentiments contraposats, és un patir constant que li destrossa l’ànima però que, al mateix temps, omple d’ il-lusió el buit de la seva solitud.  Ara està neguitosa, sap que aquest cop ell no vindrà a la cita i tem que això sigui el primer senyal d’un final que s’acosta. El seu cos no es mostra abatut, fa temps que es va acostumar a simular els seus sentiments però el dolor que li causa l’abandó és tant punyent que li crema les entranyes. Tot i així segueix a l’espera davant una tassa de cafè que ja és massa fred.

Al meu entendre les pintures de Hopper no deixen indiferent a ningú: si el que pretenia era despertar el màxim de sentiments entre els espectadors jo puc dir que ho ha aconseguit plenament.

PILAR ZABALA

Mikaela

Desde que abrió el buzón aquella mañana de otoño le había sido imposible volver a recuperar la tranquilidad. Un sobre blanco sin remitente y con una sola palabra escrita en el dorso la catapultó de un golpe a su antigua vida, una vida que había tardado en olvidar treinta años.

Durante mucho tiempo había sido consciente de que aquel momento podría llegar. Con el paso de los años el temor se fue disipando y la tranquilidad fue guardando en el recuerdo a la persona que se escondía dentro de ella. Se afincó en aquel pueblo pequeño de gentes sencillas y se transformó en una vecina más, respetada y querida por todos. El escondite había dejado de serlo y su marido, hijos y nietos la habían convertido en aquella mujer que era ahora.

Desde que recibió la misiva, permanecía guardada en el cajón de la cómoda sin que hubiese reunido el coraje suficiente para poder abrirla pero sabía que, le gustase o no, debería hacerlo cuanto antes. Conocía al remitente y sabía sobradamente que era capaz de todo, no debía arriesgarse a que se presentase en su casa.

Aquella mañana, después de que saliesen todos para hacer sus quehaceres cotidianos, se preparó una taza de café bien cargado y se dirigió a la cómoda donde guardaba su secreto. Levantó la ropa con sumo cuidado y allí estaba la carta con la inscripción de su otro yo. ¡Mikaela! Respiró fuertemente para coger todo el aire que le fuese posible acumular en los pulmones y la agarró con la mano temblorosa. Se sentó a los pies de la cama y la abrió. Desplegó el papel que había dentro del sobre y solo una palabra sobresalía del impoluto blanco: “Ven”. Sus peores temores se acababan de hacer realidad. Sabía lo que tenía que hacer y a donde debía ir. Sin pensarlo se vistió, se puso los zapatos negros anudados al tobillo, el abrigo verde de paño y el sombrero tostado de ala ancha que tanto le gustaba. Antes de salir de casa escribió una nota que dejó encima de la mesa: “Me he ido a la ciudad, regresaré al anochecer. Os quiero”

Durante el recorrido en tren no despegó la vista de la ventanilla, los árboles pasaban uno tras otro como si en cada uno de ellos se fuese uno de sus recuerdos. Uno desaparecía pero al momento otro despuntaba incansablemente. El silbato del revisor la sacó de su letargo, se puso en pie y bajó las escalerillas que la separaban del andén. Se acercó a un taxi y le dijo al conductor: “A la cafetería Zaida”. Mientras trascurría el camino, el corazón se le aceleraba galopante, la preocupación y la tristeza se apoderaron de ella a partes iguales. Inmersa en sus pensamientos, no oyó al conductor que le repetía una y otra vez que habían llegado:

_ ¿Señora se encuentra bien?-preguntó el hombre angustiado
_ Si, disculpe me evadí en mis pensamientos sin darme cuenta -contestó secamente.

Entró en la cafetería y se sentó en una mesa que había en la esquina, pidió un café y esperó a que él se acercase a ella. Después de media hora de inquietante espera se levantó y se fue al servicio, cuando volvió había en la mesa una orquídea blanca y una nota. Salió corriendo a la calle pero no lo vio, entró de nuevo en el local y le preguntó a la camarera si había visto a la persona que había dejado la flor en su mesa: “Lo siento señora pero no me he dado cuenta”, le dijo

Se sentó en la mesa y abrió la nota.

Si estas leyendo esto, eso es señal de que he muerto.
Siento entrar de esta forma nuevamente en tu vida. Quiero que sepas que te vi, te vi durante años a escondidas. Tenía la necesidad de saber de ti y, con el tiempo también de los tuyos. Contemplé tu felicidad y como tus hijos crecían hasta hacerse adultos.

Envidié a tu marido cada uno de mis días y te admiré por haber sido capaz de salir de esta mierda ilesa y con honores.

No temas, tu secreto se ha ido conmigo, jamás desvelé tu nueva identidad ni tu localización a nadie. Mikaela falleció para todos en aquel accidente que provocamos. Para todos, menos para mí.

Antes de morir, destruí todos los documentos y me deshice de las armas. En el jardín de tu casa junto al pino de atrás hallarás enterrada una caja, allí encontrarás mis últimos ahorros y el anillo que me devolviste cuando nos separamos.

Te amé y lo he hecho hasta el último día de mi vida.

Leandro

Raquel cogió la orquídea y se levantó de la silla sin poder contener las lágrimas. Se fue caminando hasta el parque de la calle Hopper y permaneció allí, frente al lago, llorando desconsolada. Cuando se aseguró de que estaba sola abrió el bolso y saco de él un revolver, alzó el brazo y lo lanzó a las aguas. Después, llorando sin consuelo, caminó hasta la estación del tren que la devolvería a su casa.

Carmen Gómez

El Casalot

Damunt del turo el vell casalot sembla vigilar a tot aquell que entra en el poble, per la carretera que uneix el contat amb la gran autopista de la ruta 666.  Els seus orígens daten de 1853, quant el seu primer propietari, Thomas Wynns la va construir com a regal de noces  a la seva muller. Es una antiga mansió típica del Sud  de Carolina amb la seva planta noble on la gran escalinata de marbre es divideix amb dos braços que distribueixen les habitacions que es troben en el pis superior a l’ala oest i a l’ala est. Una porta al final de l’ala oest ens porta fins el pis superior on es troben les golfes i on l’única il·luminació es un finestral no gaire ample. Els esclaus vivien en barracons al  costat dels camps de coto i tan sols els que estaven al servei dels senyors i de la casa podien dormir amb unes minses comoditats en unes petites cambres adossades a la gran cuina. Malauradament  Sara Lee, la jove esposa, va gaudir ben poc d’aquella formidable mansió, ja que el mateix dia de l’aniversari de noces la varen trobar penjada a l’habitació de les golfes. Thomas Wynns va manar tapiar la porta i ningú va pogué tornar a entrar en aquella  estància. Ell es va recloure dins de la seva gran mansió fins que va morir.

Durant molt anys el vell casalot  va estar abandonat fins que un industrial del Nord, Robert Clark el va comprar per obrir un sanatori mental. Aquelles velles parets van acollir centenars de persones, durant més de vint anys. Eren persones que l’únic que tenien era el rebuig de la seva pròpia família i de la societat que no podia admetre que part de la seva població no estigues catalogada dins de la denominació de  “persones normals”. Els tractaments mèdics que se’ls donava podien estar dins del manual del famós Josef Mengele.

Ara es un Motel vell i destartalat. El regenta una dona que un bon dia va arribar, no se sap d’on, amb el títol de propietat a les seves mans. Va penjar un cartell amb el  nom de MOTEL TROM i ara arriben ostes, però no veus mai quant marxen.

Rosa C.L.

El diario de Camille

Dejó caer su vestido de seda estampado sobre el sofá de suave terciopelo verde que había en la habitación, medio desnuda Camille tomo su  diario entre las manos estaba dispuesta a escribir  la última página y cerrarlo para siempre, partir lejos y olvidarlo allí como único legado que a modo de herencia dejaría a su madre. Su historia, su vida, la de verdad, una vida llena de engaños, mentiras y frustraciones. Necesitaba que Charlotte (su madre) lo  supiera.

Se sentía vacía más sola que nunca. Aquel pequeño diario de tapas rojas y letras troqueladas en oro era su único confidente, solo a el era capaz de confesarle todo lo que pasaba en su vida, con el estaba segura, tranquila. Había preparado su pequeño maletín de cuero marrón desgatado por el paso del tiempo, con lo que creyó que sería suficiente: una muda, un viejo camisón blanco de raso adornado con una delicada puntilla de organza en las sisas que su abuela le había regalado, un neceser con los utensilios de aseo y aquella pequeña botellita de cristal tallado y boca de plata grabada que contenía su perfume favorito, nunca lo había utilizado lo guardaba para una ocasión especial que no llegó, no necesitaba nada mas, nada le pertenecía ni nada quería de aquella casa, de aquel lugar que le había hecho sentir tan desdichada.

Llegó siendo apenas una niña su padre había fallecido, quedó enterrado entre piedras y polvo de carbón en la galería de la mina donde trabajaba. Su madre tuvo que arreglárselas para poder mantenerla y sacarla adelante, después de un sin fin de intentos frustrados acabó encontrando un lugar donde poder vivir y un trabajo de planchadora  en la casa de lord Blake, un aristócrata inglés que después de sufrir el abandono de su mujer, (la cual se había escapado con un músico de “mala reputación”…), no pudo soportar la vergüenza y decidió afincarse en París lejos de su Londres natal. Lord Blake acabó siendo el carcelero de Camille.

A modo de caridad y con el fin de limpiar su mala conciencia, Blake se hizo cargo de  la educación de la niña, hasta que tuvo la edad y altura necesaria para ponerla a  trabajar en el jardín que había detrás de la casa, separado por una valla de madera blanca que tantas y tantas veces se había visto obligada a saltar aterrada, escapando de la persecución y abuso de Lord Blake.

Lo único que echaría de menos seria la habitación, aquel cuarto que durante tantos años había sido su casa, su refugio y su morada. Aquellas cuatro paredes pintadas de blanco y amarillo en perfecta armonía, la cama donde las noches se hacían interminables por la vigilia que Camille soportaba por miedo a ser asaltada, sorprendida en su sueño. A pesar de todo era el único lugar donde se sentía tranquila y a salvo ya que nunca se acostaba sin echar el cerrojo de la puerta. Aquel cuarto guardaba secretos que para ella eran inconfesables, cuantas veces tuvo que dar la vuelta a su almohada humedecida por las lágrimas que debía ahogar en silencio para que nadie en la casa pudiera escucharla, por eso sentía la necesidad de compartirlos con su diario, que se quedaría allí, guardándolos para siempre.

A su madre no la culpaba, es mas intentaba justificar su ceguera, de este modo se sentía mas aliviada al fin y al cabo también Charlotte había sido victima de la sociedad y de las circunstancias. Sentada en la cama, Camille cogió  la pluma y comenzó a escribir la que seria su última página en el diario.

Querido diario:

Hoy es un buen día, son las 17:00h la hora del té, ya sabes aunque estamos en París Lord Blake no ha perdido sus costumbres Anglosajonas lo que me permite disponer de un par de horas libres antes de cenar.

Ya estamos en otoño y lógicamente en París hace  frío, un día gris de un cielo tan espeso y plomizo que da la impresión de poder alcanzarlo con la mano y coger un trozo, el viento juguetea con las hojas que han ido desnudando a los árboles. En el jardín hay mas trabajo que nunca.

Miro através del cristal de la ventana y veo como esporádicamente pasa algún caminante acompañado de su paraguas, sujetando su bufanda por miedo a perderla. Parece como si el mundo se hubiera quedado casi vacío, solo el silencio se deja oír.

Ayer hablé con mamá, le dije que me gustaría marcharme lejos de este lugar y ella con ojos de mirada hueca y gesto de asombro no acertó a hilvanar palabra, dejó pasar unos minutos  y  preguntó -¿A dónde? – lejos, respondí…

- Se escucharon unos leves golpes en la puerta lo que provocó que Camille dejara de escribir y no sin antes asegurarse de quien estaba detrás, giró el pomo dejando entreabrir la puerta, era Emilie la doncella de Lord Blake, una mujer de aspecto tosco y tétrico que el verla siempre le producía una especie de escalofrío.

-Camille, me envía Lord Blake dice que baje usted

-¿Ha sucedido algo, algún problema en el jardín?

-Solo me ha dicho que baje

-Está bien, dígale a Lord Blake que enseguida bajo

-Apresuradamente se colocó el uniforme y bajando las escaleras a mas velocidad de la que podía se presentó ante el

-Usted dirá Lord Blake

-Sin mirarla a la cara masculló, Camille te mandé llamar porque…

-En ese momento alguien que no conocía irrumpió en la sala y acercándose a Lord Blake le susurro algo al oído  que no llegué a escuchar, pero debía ser importante ya que salió de estampida sin mediar palabra.

Después de cenar, como de costumbre Camille paso por el dormitorio de su madre que ya estaba acostada y también como de costumbre la beso en la frente y le dio las buenas noches, caminó de puntillas sobre la madera del pasillo que la conducía a su cuarto y casi a hurtadillas entró sin hacer ruido. Se sentía cansada, pensó que se había hecho tarde se quitó el uniforme y decidió abrir su maletín de cuero marrón desgastado por el paso del tiempo, buscó dentro su neceser de aseo, dejó con cuidado encima del tocador que tenia enfrente la botellita de cristal tallado con boca de plata grabada, dejó notar en  su cuerpo la suavidad de raso del camisón que su abuela le había regalado, y decidió que ya  era hora  de estrenar el perfume que durante tanto tiempo había reservado lo abrió y dejó caer unas gotas en los dedos, se dio un toque detrás de cada uno de los  lóbulos de las orejas y en las muñecas. Antes de acostarse pasó su mano por su sombrero de paño y dejó en su sitio los zapatos de salón negros, los de salir (no tenia otros), cerro su diario rojo que nunca volvería a abrir y se dejó caer en la cama, antes de dormirse pensó que siempre había vivido acompañada por la soledad. Nunca abandonó aquel cuarto.

Margarita Turnes



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