jun 29

Dixit-Cartas.jpg 1Las primeras estrellas empezaban a brillar en el tapiz celeste. Con más intensidad unas que otras, con parpadeos luminosos o quietas e inamovibles, azules, amarillas, naranjas o blancas…El reloj sin agujas marcaba los segundos, minutos y las horas en silencio. Una gruesa cadena dorada de eslabones, pendía de una argolla.

Mientras el tapiz celeste se iluminaba, el hombre de papel encamino lentamente sus pasos hacia un destino incierto. La fragilidad de su cuerpo –no era más que simples hojas de papel superpuestas unas sobre otras- no le permitía avanzar más rápidamente- De pronto una suave brisa empezó a mover las hojas de los árboles y  también las hojas del hombre de papel. Se fueron desprendiendo poco a poco y se quedaron revoloteando a su alrededor, como blancas palomas que no encuentran el palomar de donde han iniciado el vuelo. Una gran nube negra empezó a formarse en lo alto del firmamento tachonado de estrellas y lentamente fueron apagándose sus luces. Y el hombre de papel se perdió en la oscura noche.

Al amanecer, el campesino salió como todas las mañanas a cuidar su pequeño huerto. Asombrado descubrió que aquella noche había pasado algún hecho extraordinario, ya que las hojas de las lechugas, de las acelgas de las coles, de los calabacines…. habían crecido extraordinariamente. Y no solo esto. Todas las hortalizas y los árboles frutales habían empezado a dar sus frutos. Comprobó que aunque prematuramente y fuera de la época en que debían haber asomado y madurado, todos ellos estaban a punto para su recolección y al igual que las hojas sus medidas superaban su tamaño natural, aunque nada de lo que estaba pasando se podía considerar natural.

Entre los frutos y hortalizas que recogió, una en especial le llamo la atención. Era un gran pimiento colorado con forma de corazón humano. Tanto le gusto su forma, que fue incapaz de cocinarlo. En su lugar decidió guardarlo en un plato de porcelana blanca y cubrirlo con una urna de cristal, para así, mantenerlo el mayor tiempo posible en su estado natural. Pasaron los días y las semanas y el pimiento colorado, seguía guardando la frescura del primer día en que lo recogió de su pequeño huerto. Pero a partir del tercer mes, comprobó que el pimiento colorado iba perdiendo su consistencia. El color rojo se fue convirtiendo en un color anaranjado con vetas rojas que lo cruzaban de arriba abajo. Comprobó como iba disminuyendo su tamaño. No sabía qué hacer. ¿Seguir guardándolo? ¿Paraqué? Ya no era aquel fruto tan grande, hermoso y curioso que había despertado su interés. ¿Comérselo? La verdad es que seguía manteniendo aquella forma curiosa de corazón humano y no le apetecía mucho el tener que cocinarlo y comérselo.

Mientras estaba inmerso en sus cavilaciones, alguien llamo a la puerta. Abrió y vio ante si lo que quedaba del hombre de papel. Sus hojas seguían desprendiéndose lentamente y un remolino le seguía permanentemente allá donde fuera. Miro al campesino con sus ojos de tinta y de la línea que formaba sus labios salió una sola palabra: corazón.

 

 

Rosa C.L.

Abril 2021

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