Como cada martes, Pascual cogió el metro de la línea III en la estación de la Torre Baró, para dirigirse a su trabajo de camarero en un hotel del Paral.lel. Había conseguido este trabajo temporal de tres meses, gracias a su amigo Pablo, que trabajaba como cocinero en el mismo hotel. Era un trabajo que lo tendría ocupado todo el verano, pero era mejor esto que quedarse tumbado todo el día entre el sofá y la cama, compadeciéndose de sí mismo y oyendo como su madre se quejaba de la mala suerte que había tenido con aquel hijo.
Durante el trayecto solía quedar-se dormido ya que hacia turno de noche y debía permanecer en el bar hasta que el ultimo cliente decidía retirarse. Antes de cerrar, tenía que quedar todo limpio y recogido. Durante el día era difícil conciliar un sueño reparador, con todos los ruidos diurnos que invadían su pequeña habitación, por esto el largo recorrido que realizaba, le permitía recobrar un poco mas de fuerzas para afrontar una nueva jornada.
Pero hoy se había despertado un poco antes de llegar a su destino. Estaba en la estación de Liceo. Solo faltaba Drasssanes y la próxima Paral.lel. No valía la pena intentar dormir de nuevo. Se distrajo mirando la oscuridad del túnel que se deslizaba rápidamente ante sus ojos. De pronto las luces tenues de una estación y las figuras de las personas que esperaban en el andén paso fugazmente ante sus ojos. ¿Qué parada era aquella? ¿Porque no se había detenido el metro? Pregunto a la mujer que tenia al lado, pero esta lo miro extrañada y le respondió que no había ninguna otra parada entre Liceo y Paral.lel.
Al día siguiente puso una alarma en su móvil para que lo despertara justo en la estación de Liceo. Quería comprobar si podía leer el nombre de la estación en la que el metro pasaba de largo. Si no se detenía, ¿que estaban haciendo aquellas personas en el andén? ¿Era quizás otra línea del metro que se cruzaba con la línea III? Paso tan rápido que no pudo leer el nombre, pero sí que distinguió las figuras en el andén.
Al día siguiente tenía tres días de fiesta en el trabajo. Había trabajado todos los fines de semana durante aquel mes de julio, porque esto le reportaba un pequeño aumento en su mísero sueldo. Aquel lunes se bajo en la estación de Liceo. Cuando los andenes quedaron vacíos de personal, miro que no hubiera ningún guardia de seguridad rondando por la estación y se dirigió hacia el final del andén. De un salto se dejo caer entre las vías. Saco el móvil y encendió la linterna y lentamente fue adentrándose en el largo y oscuro túnel.
El camino se le hizo eterno. No era lo mismo desplazarse a gran velocidad a tener que hacer el mismo recorrido a pie. Le pareció que llevaba más de una hora andando. No podía ser que el recorrido fuera tan largo. Poco a poco empezó a vislumbrar una luz muy tenue. Al acercarse comprobó que era una bombilla de las antiguas, de aquellas con filamentos, que emitía una luz cálida muy débil. A pocos metros otra, y otra…, y de repente tenía ante sus ojos una pequeña escalera de servicio que daba a un andén.
Lentamente subió los peldaños. Allí distinguió a las personas que deambulaban o permanecían sentadas e inmóviles en los bancos de piedra, adosados a la pared de azulejos blancos.
Se acerco a una mujer para preguntarle porque no paraba ningún tren en aquella estación, que hacían allí, porque no se iban. Miro a los extremos del andén, No había ninguna salida. Sus rostros pálidos tenían una mirada vidriosa. Pascual, empezó a ponerse nervioso. Quiso volver a bajar por la escalera de servicio para acceder de nuevo hacia el túnel que lo devolvería a la estación de Liceo, pero varias manos huesudas lo detuvieron.
Ahora cada día cuando tengo que coger el metro de la línea III no aparto la vista del túnel, para ver si consigo vislumbrar a un joven camarero subir y bajar por una escalera de servicio del metro en la estación de Correos, estación que nunca entro en servició.
Rosa C. L.