Dicen que cuando menos te lo esperas aparece en el horizonte. Cerca de Menorca, existe una isla fantasma que aparece y desaparece. No se puede visitar, porque existe el peligro de que desaparezca mientras te encuentras en ella. Toda aquella persona que ha querido descubrir y explorar la isla, no ha vuelto para contarlo.
Esta información tan surrealista llego a mis oídos, durante una noche bochornosa de verano, tomando una clara en la terraza del hotel San Luis de Menorca. Mi prima y yo pasábamos unos días de vacaciones visitando la isla. Durante nuestra estancia en el hotel, habíamos hecho amistad con dos chicos de Burgos, profesores de educación física y que se hallaban con un grupo de alumnos de viaje de fin de curso. Ellos nos contaron el misterio de la isla fantasma, una isla que aparece y desaparece y que según cuentan los viejos del lugar, quien logra visitarla no regresa jamás. Nosotras estábamos convencidas, que solo era una treta para engatusarnos y llevarnos al huerto.
Habéis oído alguna vez aquel dicho que dice: “la curiosidad mato al gato”, pues esto es lo que nos paso a mi prima y a mí. Fuimos un día de visita turística a Ciudadela. Queríamos comprar algún suvenir para regalar a nuestros padres como recuerdo de nuestro viaje. Encontramos en una callejuela, cerca del puerto, una pequeña tienda de objetos de artesanía de la isla. El señor que nos atendió, tenía un aire marinero, de viejo lobo de mar. No podía ir más acorde con la tienda, el paisaje, la ciudad, el ambiente…, Le encantaba hablar y explicarnos el origen de algunos de los objetos que tenía expuestos. Entre ellos había una figura que representaba un hombre con sombrero montado en un caballo. O al menos esto me parecía a mí, se llamaba siurell o silbato. Al parecer lo usaban los pastores para reunir a las ovejas, aunque también se utilizaba como instrumento musical en muchos bailes y danzas típicas de la isla.
No pudimos resistir la curiosidad y aprovechamos la oportunidad que se nos brindaba de poder hablar con una persona nativa del lugar y tan conocedora de la sabiduría popular, para preguntarle sobre la leyenda de la isla fantasma. Viendo que tanto nos interesaba la cultura y las tradiciones nos invito a que fuéramos otro día, ya que había anochecido y debía de cerrar la pequeña tienda antes de que se pusiera el sol en el horizonte.
Explicamos nuestra excursión por Ciudadela y la interesante conversación con el lobo de mar a nuestros amigos burgaleses, por si querían acompañarnos el próximo día a visitar a tan pintoresco personaje, pero no podían dejar a los alumnos solos en el hotel, ya que se encontraban bajo su responsabilidad. Así que, al cabo de dos días volvimos a visitar la pequeña tienda de Ciudadela.
Esta vez nos recibió una mujer de piel curtida y gesto adusto en su rostro. Preguntamos por el dueño de la pequeña tienda y apartando una sonora cortina de chapas de cerveza, nos indico que pasáramos a la trastienda, donde nos esperaba el viejo marino. Nos invito a sentarnos y nos ofreció un agradable licor dulce, típico de Menorca, que acompaño con un plato de frutos secos. Y a continuación paso a relatarnos la leyenda sobre la isla fantasma, la misma historia que ya nos habían relatado nuestros amigos burgaleses. Solo que al finalizar, nos dijo que si queríamos verla nos podía acompañar en su llaut, su vieja embarcación de pesca. Y ahí es donde la curiosidad mato al gato, porque sin pensarlo ni un solo instante, aceptamos la invitación.
La vieja barca de pesca estaba solamente dotada de una vela latina y no tenia motor. Nos acomodamos lo mejor que pudimos e iniciamos el viaje. Salimos del puerto y nos alejamos mar adentro, pero sin perder de vista Menorca. Dimos la vuelta alrededor de la isla y cuando creíamos que de nuevo iba a dirigir la embarcación en dirección al puerto, advertimos que aquella isla que teníamos delante ya no era Menorca. No había ninguna señal de vida humana, ni casas, ni hoteles ni apartamentos que rompieran su estética visión. Solo blancas playas y pequeñas calas perfilaban su perímetro. Pequeñas elevaciones sembradas de pino mediterráneo bordeaban las playas, hasta casi tocar el mar.
El viejo marino nos pregunto si queríamos bajar. Asombradas dijimos que estaríamos encantadas de poder sumergirnos en aquellas aguas color turquesa. Le preguntamos si no había ningún peligro, quizás tiburones… Sonrió socarronamente y nos dijo que nos esperaría en la playa. Nos sumergimos y disfrutamos nadando y buceando en aquellas aguas tan cristalinas. Al emerger después de una buena inmersión por el fondo coralino, observamos que la barca había desaparecido. No había ninguna señal de vida en la playa. Nadamos hacia ella y pisamos su cálida y dorada arena. No había rastro del viejo lobo de mar, ni de la barca. En la arena no se distinguía ninguna huella de pisadas o de arrastre de ninguna embarcación hacia el interior. Y allí seguimos, viendo cómo van llegando incautos como nosotras y desapareciendo como nosotras.
Rosa C. L.
Abril 2021