Desde que abrió el buzón aquella mañana de otoño le había sido imposible volver a recuperar la tranquilidad. Un sobre blanco sin remitente y con una sola palabra escrita en el dorso la catapultó de un golpe a su antigua vida, una vida que había tardado en olvidar treinta años.
Durante mucho tiempo había sido consciente de que aquel momento podría llegar. Con el paso de los años el temor se fue disipando y la tranquilidad fue guardando en el recuerdo a la persona que se escondía dentro de ella. Se afincó en aquel pueblo pequeño de gentes sencillas y se transformó en una vecina más, respetada y querida por todos. El escondite había dejado de serlo y su marido, hijos y nietos la habían convertido en aquella mujer que era ahora.
Desde que recibió la misiva, permanecía guardada en el cajón de la cómoda sin que hubiese reunido el coraje suficiente para poder abrirla pero sabía que, le gustase o no, debería hacerlo cuanto antes. Conocía al remitente y sabía sobradamente que era capaz de todo, no debía arriesgarse a que se presentase en su casa.
Aquella mañana, después de que saliesen todos para hacer sus quehaceres cotidianos, se preparó una taza de café bien cargado y se dirigió a la cómoda donde guardaba su secreto. Levantó la ropa con sumo cuidado y allí estaba la carta con la inscripción de su otro yo. ¡Mikaela! Respiró fuertemente para coger todo el aire que le fuese posible acumular en los pulmones y la agarró con la mano temblorosa. Se sentó a los pies de la cama y la abrió. Desplegó el papel que había dentro del sobre y solo una palabra sobresalía del impoluto blanco: “Ven”. Sus peores temores se acababan de hacer realidad. Sabía lo que tenía que hacer y a donde debía ir. Sin pensarlo se vistió, se puso los zapatos negros anudados al tobillo, el abrigo verde de paño y el sombrero tostado de ala ancha que tanto le gustaba. Antes de salir de casa escribió una nota que dejó encima de la mesa: “Me he ido a la ciudad, regresaré al anochecer. Os quiero”
Durante el recorrido en tren no despegó la vista de la ventanilla, los árboles pasaban uno tras otro como si en cada uno de ellos se fuese uno de sus recuerdos. Uno desaparecía pero al momento otro despuntaba incansablemente. El silbato del revisor la sacó de su letargo, se puso en pie y bajó las escalerillas que la separaban del andén. Se acercó a un taxi y le dijo al conductor: “A la cafetería Zaida”. Mientras trascurría el camino, el corazón se le aceleraba galopante, la preocupación y la tristeza se apoderaron de ella a partes iguales. Inmersa en sus pensamientos, no oyó al conductor que le repetía una y otra vez que habían llegado:
_ ¿Señora se encuentra bien?-preguntó el hombre angustiado
_ Si, disculpe me evadí en mis pensamientos sin darme cuenta -contestó secamente.
Entró en la cafetería y se sentó en una mesa que había en la esquina, pidió un café y esperó a que él se acercase a ella. Después de media hora de inquietante espera se levantó y se fue al servicio, cuando volvió había en la mesa una orquídea blanca y una nota. Salió corriendo a la calle pero no lo vio, entró de nuevo en el local y le preguntó a la camarera si había visto a la persona que había dejado la flor en su mesa: “Lo siento señora pero no me he dado cuenta”, le dijo
Se sentó en la mesa y abrió la nota.
Si estas leyendo esto, eso es señal de que he muerto.
Siento entrar de esta forma nuevamente en tu vida. Quiero que sepas que te vi, te vi durante años a escondidas. Tenía la necesidad de saber de ti y, con el tiempo también de los tuyos. Contemplé tu felicidad y como tus hijos crecían hasta hacerse adultos.
Envidié a tu marido cada uno de mis días y te admiré por haber sido capaz de salir de esta mierda ilesa y con honores.
No temas, tu secreto se ha ido conmigo, jamás desvelé tu nueva identidad ni tu localización a nadie. Mikaela falleció para todos en aquel accidente que provocamos. Para todos, menos para mí.
Antes de morir, destruí todos los documentos y me deshice de las armas. En el jardín de tu casa junto al pino de atrás hallarás enterrada una caja, allí encontrarás mis últimos ahorros y el anillo que me devolviste cuando nos separamos.
Te amé y lo he hecho hasta el último día de mi vida.
Leandro
Raquel cogió la orquídea y se levantó de la silla sin poder contener las lágrimas. Se fue caminando hasta el parque de la calle Hopper y permaneció allí, frente al lago, llorando desconsolada. Cuando se aseguró de que estaba sola abrió el bolso y saco de él un revolver, alzó el brazo y lo lanzó a las aguas. Después, llorando sin consuelo, caminó hasta la estación del tren que la devolvería a su casa.
Carmen Gómez
¡ La imaginación al poder ! Carmen me ha encantado tu relato. La infinitas posibilidades que ofrece la contemplación de un mismo cuadro según los ojos que lo miren.
Magnifico relato a partir de una imagen. Que bien hilvanada toda la història. A partir de ahora te llamare Wolf…. Virginia Wolf.
Si ha publicado algo más, me gustaria leerlo también.
Ya me dirás como localizarlo.
Javier