En la pequeña aldea
solo quedan viejos y gatos.
Sobre los muros de piedra,
observan indolentes
las pupilas húmedas
de los forasteros en su tierra.
Mágicas miradas, teñidas de verde
vigilan a distancia a los intrusos
recorriendo las calles empedradas,
la escuela muda de voces infantiles,
la iglesia vacía de oraciones,
el cementerio de tumbas olvidadas.
Maullando, se enredan mimosos
entre los pies impacientes
por cruzar la puerta del lar.
Mimetizados entre los recuerdos,
esperan que termine el verano
para marcar su territorio de “saudade”.
Con el otoño regresaran a la soledad
pintada de nostalgia y silencio,
roto por la poesía de sus maullidos,
por el crujir de las hojas secas
bajo las leves pisadas de los felinos,
guardianes de la memoria del pueblo.
Mª Jesús Mandianes