oct 31

bastoEra de consistencia fuerte y robusta, con grandes nudos en su piel rugosa. Su color natural había dejado paso a un tono más oscuro debido a los años en que permaneció durante horas y días sometido a la dura temperatura del sol a la  lluvia y al viento y  no por ello, había perdido presencia y elegancia sino todo lo contrario. La empuñadura que le habían añadido era la cabeza de un galgo, cincelada en marfil y muy bien tallada. Era una cabeza pequeña de  hocico alargado y rasgos nobles.

Aunque sabía, que, sus congéneres de carne y hueso eran potentes y veloces  en la caza y las carreras, aquella cabeza no le producía el más mínimo sentimiento de admiración o compañerismo,  a pesar de haber permanecido unidos, la mayor parte de sus vidas.

Siempre estaban compitiendo,  por ver quién era el más fuerte de los dos. Cuando el anciano maestro salía a pasear todas las mañanas y todas las tardes a la misma hora por la alameda, se esforzaban en ver quién de los dos lo sujetaba más fuerte, cuando tropezaba con una pequeña piedra o perdía el equilibrio en un pequeño hoyo del camino. El bastón clavaba la punta de acero en la blanda tierra y la empuñadura alargaba el cuello, para que el anciano se encontrara más seguro al apoyar el bastón en el suelo.

Hasta que un buen día el anciano dejo de coger el bastón para salir a caminar. Se quedo suspendido en el aire, colgando de una pequeña cuerda atada alrededor del cuello del galgo, detrás de la puerta que daba a la calle. Y allí permaneció durante días, semanas, meses y años, olvidado y abandonado.

La carcoma de la puerta encontró un buen festín en la madera del bastón. Poco a poco fue abriendo túneles en su interior y vaciando sus entrañas. Un ligero polvillo se iba acumulando formando un pequeño monticulo de serrín detrás de la puerta, hasta que un buen día el bastón no tuvo más fuerzas y se desprendió de la cabeza del galgo cayendo al suelo convertido en un montón de astillas.

El galgo que lo miraba asombrado desde las alturas, pensó que sin el bastón el no podría volver a sostener la mano del anciano maestro. Dejo que el viento que entraba por las viejas rendijas de la casa lo moviera como un péndulo, hasta que la cuerda que lo sujetaba se rasgo, yendo a caer al lado de los restos de lo que un día había sido un fuerte y robusto bastón.

Si alguna vez, visitas la vieja casa del anciano maestro, seguramente encontraras detrás de la puerta una hermosa cabeza de marfil, junto a un montón de astillas de roble, pero no se te ocurra llevártela. No los separes. Los dos se necesitan.

Rosa C.L.

Octubre 2021

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