nov 14

El rugir de las tripas sonó en la habitación como un alarido desesperado. La estancia oscura era lo único que necesitaba para calmar su angustia. Por un instante el corazón comenzó a bombear desproporcionadamente indicándole que ya faltaba poco para que se abriese la puerta y comenzase de nuevo la lucha. Giró la mirada para ver si aquel desgraciado rayo de sol matinero entraba una vez más por las rendijas de la persiana. «Aun no», suspiró profundamente con un ademan de alivio, todavía podía respirar tranquila, aunque fuese unos segundo.

Las malditas tripas seguían y seguían aullando dentro de su escuálido vientre, sin darle tregua alguna. A cada rugido sus nervios se desataban más aumentando su rabia; pero solucionar eso era imposible, lo había probado todo, incluso permanecer dormida todo el día dopándose con las pastillas que le había dado Ángela a escondidas. Todo era inútil, aquel mal nacido ruido se oía hasta en su sueño más profundo y lo único que había conseguido era que la vigilasen más, le quitasen el ordenador y el móvil y la aislasen en aquel cuartucho de mierda, con una tele de mierda y un puto sillón de escai negro que parecía de la época Bizantina.

«Pronto empezará el royo», pensó. El desayuno, la enfermera con sus sermones, el médico aparentando interés por sus escasos progresos, la falsa dedicación de las auxiliares y la hipocresía de todos al intentar ser condescendientes con ella y con lo que ellos creían que era su enfermedad. Y después, más tarde, ella: su madre, con su pose perfecta, su vestuario impoluto, su pelo recién lavado, sus uñas simétricas y aquel gesto en la cara de incomprensión total, de… ¿cómo puede pasarme esto a mí? ¿Cómo es posible con lo que me he esforzado?

Cada día como un reloj se sentaba en el sillón Bizantino para contemplarla en silencio y recordarle que era un fracaso y que le había roto su vida de casita de muñecas. Permanecía allí delante de ella muda y con la expresión baldía durante horas, sin una mueca, sin una caricia ni tan siquiera una lagrima. Sofía miraba al techo con la esperanza de que durante la noche se hubiese formado alguna arista, una grieta, algo que la hiciese embaucarse en el descubrimiento para evadirse del entorno y de las personas que se encontraban en él.

Muy a su pesar y, sobre todo, cuando su padre la visitaba, le recorría un halo de nostalgia, por un momento su vida anterior la poseía y un nudo en la garganta la ahogaba fuertemente arrojándola a un negro desconsuelo, profundo como un abismo. Unas diminutas lágrimas se escapaban a través de la ranura de sus parpados cerrados Pero enseguida reaccionaba y se daba cuenta de que esa persona que había sido la había convertido en la que era ahora y se odiaba así misma por no poder controlar esos sentimientos absurdos que la enloquecían.

«Jamás volveré a ser aquella boba perfeccionista y sin carácter que manipulaban a su antojo, eso es lo que quieren todos que vuelva a ser yo, que coma como una cerda y que me ponga hermosa y robusta para que no tengan que explicar a todo el mundo el problema de ¡la pobre Sofía!, y así, poder seguir tranquilamente con sus vidas de plástico. ¡Ni muerta les voy a dar esa satisfacción!», se decía para sí.

La puerta se abrió y empezó el tan temido tejemaneje, un zarandeo a la derecha y otro a la izquierda. Las auxiliares la lavaban como cada mañana, le cambiaban la ropa, la peinaban mientras que hablaban entre sí como si ella no existiese, como si fuese un saco lleno de paja del cual no debían tener ni cuidado ni sentimiento y, después aquél asqueroso chorro de líquido frio como la nieve que se deslizaba por su cuerpo abriéndose camino entre sus carnes blanquecinas, invadiéndola con un nauseabundo olor a flores que la asfixiaba.

«Qué se habrán creído estas hijas de puta, que soy imbécil, en cuanto pueda moverme se van arrepentir de todo esto. Hasta cuando pensarán que voy a soportar este castigo, ni que fuese una cría, pronto cumplo los 18 y adiós muy buenas. Los voy a dejar tirados a todos, me largo de aquí ¡sí o sí!».

Esta vez ¡la Señora! como ella llamaba a su madre, no vino sola, su padre la acompañaba y hoy parecía especialmente triste. Los dos se sentaron frente a ella sin mediar palabra cogidos de la mano y con un aspecto sombrío y cabizbajo. De pronto, el hombre se acerco a la cama donde permanecía postrada y con sumo cuidado le retiro los cabellos que rozaban su cara.

― ¿Crees que estará sufriendo?―preguntó a su mujer con tono desahuciado.

―Espero que no ―balbuceó ella entrecortadamente a la vez que sus mejillas se inundaban de lagrimas.

El bullicio de los pasillos comenzaba a silenciarse, las ruedas de los carros de las enfermeras dejaron de transitar y la calma empezó a instaurar la estabilidad y la paz que tanto anhelaba Sofía.

«Un día más que he aguantado sin comer, a pesar de esas malditas tripas parlantes, al final ganare yo», pensó satisfecha de su azaña.

En ese instante un zumbido agudo irrumpió sus pensamientos, los carros comenzaron a moverse nuevamente pero esta vez era como si un montón de ellos lo hiciesen a la vez, la luz de su habitación se encendió deslumbrante y las voces y los ruidos eran ensordecedores, un montón de batas blancas llenaron la habitación con sus movimientos de locura mientras que la zarandeaban sin piedad. El pitido cada vez era más fuerte y el manoseo más agresivo.

―Palas, traer las palas. Oía que gritaban mientras pensaba: «Se han vuelto todos locos definitivamente». Sin llegar a comprender la situación que se estaba viviendo. De pronto la quietud, el pitido ceso y el silencio se adueño de todos y de todo.

«Menos mal, al fin me van a dejar dormir tranquila».

Carmen Gómez

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7 Comentaris a “Un dia sin comer”

  1. Isabel escrigué:

    Me ha parecido impresionante la forma de narrar algo tan duro y tan poco visualizado por nuestra sociedad. Un problema que cada vez es más grande y que parece no importarle a nadie.
    Gracias

    • Blogueres escrigué:

      Estimada Isabel, me alegra mucho que este pequeño homenaje sirva para que al menos una pequeña luz ilumine el dolor de mucha gente; es muy pequeño, lo sé, pero esta hecho desde el amor y la humildad más absoluta ojala que ayude.
      Un gran beso
      Carmen

  2. Ferran Guardiola escrigué:

    Muy fuerte, la narración penetra, realmente me conmovió su lectura
    Gracias

  3. Blogueres escrigué:

    Gracias a ti Ferran por tus amables palabras
    Un abrazo
    Carmen

  4. Carmen escrigué:

    Mi querida Rosa muchas gracias por avisarme de estos comentarios que me han emocionado y me han causado tristeza a la vez ya que no estoy con vosotras. Gracias Rosa por la foto me ha gustado mucho.
    Un gran abrazo a todas y muchos besos.

    • Rosa escrigué:

      Carmen tu siempre estaras con nosotras. Eres una Bloguera de pura cepa y eso no se puede borrar de un plumazo. Sabes que en Blogueras de Sant Martí siempre habra una ventana abierta para tus escritos y nuestro corazon tambien.
      Un beso muy requetegrande!
      Rosa

  5. Pili escrigué:

    Te felicito Carmen, has afrontado el tema desde un ángulo dificil de describir. Es valiente, enérgico i sensible a la vez, tal como respiras tu. Ojalá que este escrito haga reaccionar a los jóvenes, y no tan jóvenes que se encuentran inmersos dentro de esta pesadilla que provoca tanto sufrimiento. Gracias por seguir contando con nosotras.

    Un besote muy fuerte

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